Resumen
Una joven se va a vivir con sus hermanos a Londres. En otoño, mientras camina junto a uno de ellos por el Hyde Park, ve una pareja profundamente enamorada, pero no cree que vayan a durar mucho tiempo. Ella le pregunta a su hermano si tienen una naturaleza distinta a la de ellos, que son mexicanos, pero su hermano piensa que se está quejando del frío. Ella nunca se hace comprender correctamente.
La joven es huérfana y nunca conoció a sus padres. Aunque sus hermanos consiguieron acomodarse rápidamente en Londres, a ella le cuesta más. Su debilidad de carácter es atribuida, por el resto, a una timidez constitutiva. Por ese motivo, nadie le exige que trabaje, aunque colabora con el resto haciéndose cargo de las tareas del hogar.
Como a ella le gusta la música, un día sus hermanos le ofrecen comprarle un piano para que practique. Sin embargo, ella no se siente merecedora del regalo: “Yo me avergoncé de que fuera tan voluminoso, de media cola, y de que fuera mío” (60). En lugar del piano, entonces, decide comprarse un canario, que ubica en la pared vacía en la que hubiera puesto el piano.
Además de sus hermanos, consigue entablar un buen vínculo con una vecina, Mrs. Mirrors. Ella sabe que Mrs. Mirrors la considera “una pobre salvaje” que no “comprende nada de nada” (63), y no sabe si está con ella por afecto o por lástima. Sea como sea, las dos suelen ir al mercado juntas y disfrutan de su mutua compañía.
Una mañana, oye un golpe tras la puerta de su departamento. Al abrir para ver qué sucede, se encuentra con que hay un hombre de gran belleza tirado en el piso, con un puñal clavado en la espalda. Mientras llega la ambulancia, ella intenta detener la hemorragia del hombre. Mrs. Mirrors quiere que deje de intentarlo, pero ella no obedece: “Había mucha sangre que contener en mi patria, aquí y en todas partes, yo no podía dejar de hacerlo” (64).
Una vez en el hospital, consigue quedarse a solas con el herido. Tras cuidarlo por un buen tiempo, él abre finalmente los ojos y se produce una conexión inmediata entre ellos: “Sus ojos expresaron una gran paz: nos habíamos encontrado, nos habíamos comprendido” (66). Sin embargo, antes de que puedan entablar un diálogo, la muerte termina por alcanzarlo. Se llamaba Armando Gaxiola y era un revolucionario mexicano.
Con el tiempo, la gente pensará que ella estaba involucrada, pero no le importa. Aunque tenga que pasar el resto de sus días en el manicomio donde está internada, ella se siente feliz y sabe que vive eternamente dentro de él, porque “la única mirada de amor imperecedera sólo puede ser la última” (68).
Análisis
Nuevamente, este cuento pone en primer plano la incomunicación como uno de los temas fundamentales de Inés Arredondo. En este caso, nos encontramos ante la narración en primera persona de una joven anónima, algo usual en los cuentos de la autora, que no consigue establecer lazos profundos con su entorno debido a su incapacidad de comunicarse a través de las palabras. Este sentido se vuelve evidente desde el principio del relato cuando, tras ver a una pareja profundamente enamorada en un parque de Londres, le pregunta a su hermano si tienen una naturaleza distinta a la de ellos, que son mexicanos. En ese momento, su hermano no entiende el comentario, lo que impulsa la siguiente reflexión en la narradora: “Estaba acostumbrada a este preguntar una cosa y que se interpretara otra. Comprendía bien que era mía la culpa” (60).
Su incapacidad para hacerse entender la lleva a sentirse sola y poco funcional en relación con sus hermanos, quienes prefieren ponerle el mote de ‘tímida’ antes que indagar en las causas que la vuelven retraída:
No se habló de si yo debía o podía trabajar.
—Es tan tímida… —dijo cansadamente una de mis hermanas.
No, no era ésa la palabra, quizás no existía, pero siempre que fracasaba, que no me daba a entender, era costumbre que alguno de ellos acudiera a ella (61).
Sin embargo —otra cosa común en esta selección—, la apreciación de este personaje por los otros como un individuo un tanto plano y falto de interés contrasta con las reflexiones y emociones que manifiesta subjetivamente, pensamientos a los que los lectores accedemos a partir del recurso de la narración en primera persona. De este modo, comprendemos que parte de la angustia que define a esta joven se explica por el contexto de violencia que vivió en su país de origen, algo que se comprueba cuando encuentra al joven guerrillero apuñalado en la puerta de su departamento: “Había mucha sangre que contener en mi patria, aquí y en todas partes, yo no podía dejar de hacerlo” (64).
Sobre ello, cabe mencionar que el relato se sitúa en un momento sangriento de la historia política mexicana, que coincide con la traición y el posterior asesinato del presidente Francisco I. Madero, de origen revolucionario y democráticamente elegido, en 1911: “—No debieron matar a Madero. Era un hombre tan bueno... —y, recordando su presencia viva en mí, como si lo estuviera viendo, las lágrimas gotearon por mis mejillas” (62). La narradora está profundamente afectada por estos acontecimientos, y la experiencia del hombre acuchillado se resignifica con su experiencia pasada. Es así que, en su intento de socorrerlo, se expresa asimismo su deseo de detener el sangrado que aqueja a su tierra de origen.
Para finalizar, debemos señalar la importancia que posee el motivo de la mirada como un modo de trascender los límites que posee la palabra hablada a la hora de establecer vínculos. La protagonista de este relato no consigue hacerse comprender por su entorno a través del diálogo pero, al igual que en “Año Nuevo”, establece una relación profunda con un completo extraño, posible solo a través de la mirada: “Nuestras miradas no se contradecían, se iban haciendo más ricas, más inflamadas, hasta que la suprema intensidad vino de nuevo, esta vez con el bagaje de todo lo recorrido, con la aceptación total” (67).